11.10.06 

JUEGOS

En primer lugar me gustaría pedir perdón a todos aquellos de entre mis siete u ocho lectores que hayan tenido que recibir ayuda siquiátrica por mi tardanza a la hora de volver a publicar, el motivo no era otro que una total falta de voluntad (a parte de tener el ordenador estropeado)


Ahora que ya me he disculpado quiero entrar de lleno en el post, que no es otro que la segunda parte de Aquellos maravillosos años, post nacido en este mismo blog, ya que si algo me ha enseñado la vida (a parte de que es mejor llevar una pistola y no necesitarla que necesitarla y no tenerla) es que si tienes un producto que da más de sí, explótalo (como bien sabe George Lucas) Por eso estoy aquí de nuevo, para seguir recordando con vosotros vivencias de antaño.


Ahora dejaré a un lado la delincuencia infantil para centrarme en los juegos y rituales de mi juventud en mi periferia. Como ya comentamos entonces, había inventos realmente notables: la ballesta de gomas y pinzas, los tirachinas (tanto de palo y goma como de cuello de botella con un globo en la boca), las cerbatanas de canuto o antena de televisor, la honda... Con y sin ellos pasábamos horas y horas jugando, con unas películas que nos montábamos que ya quisieran versionar Spielberg y Richard Donner. Pero hoy os hablaré de los juegos ceñidos a unas reglas, la mayoría complejísimas, que a saber si eran inventadas por alguien de nuestro entorno o por el contrario venían de otras partes por el efectivo y rápido sistema de comunicación del boca a boca.



La lima


El juego consistía en dibujar en barro o tierra blanda unas casillas cuadradas, de unos treinta centímetros por lado, alineadas en dos columnas coronadas con cuatro casillas al final, formando una T más o menos así:

9 10 11 12
7 8
5 6
3 4
1 2

Después se cogía una lima afilada por un extremo (en realidad cualquier hierro o utensilio de metal servía) y se tenía que lanzar para clavarla en las casillas. Se empezaba acertando a la primera, tenías que cogerla sin pisar la casilla y tirar a la segunda. Si la clavabas, tenías que entrar con un pie en la primera sin pisar la línea, con el otro pie entrabas en la segunda, cogías la lima y tenías que volver clavándola en las casillas anteriores. Una vez fuera tenías que acertar a la siguiente, y así sucesivamente, hasta llegar a la última.



La peonza (o baldufa)


Este juego no se me daba nada bien. Todos lo conocéis, consiste en atar un cordel a la peonza y lanzarla a un circulo dibujado en el suelo. La variante a la que jugábamos era la de conseguir sacar la peonza del círculo sin que dejase de bailar ayudándonos por la cuerda. Si la baldufa se paraba dentro del círculo, los demás tenían derecho a arrojar la suya con gran violencia sobre la nuestra para intentar sacarla del círculo. Cuando había dos o más peonzas a las que expulsar, se juntaban en el centro y desde ahí había que intentar golpearlas.

Aunque ya he dicho que el motivo de golpear la peonza era para sacarla del círculo, el verdadero objetivo era el de partirla por la mitad. Había grandes expertos en ese arte, ganándose el respeto y temor del resto, por eso todos los chavales "tuneabamos" nuestras baldufas para partir las ajenas y evitar que nos partieran la nuestra. Las había repletas de chinchetas, con clavos en lugar de puntas, con tornillos alrededor para evitar que la peonza rival tocase con su punta el cuerpo de la nuestra, etc. También era usual verlas pintadas para que al girar fueran más espectaculares, usándose generalmente pintauñas.


Una anécdota que quisiera contrastar es la siguiente. En mi localidad, cuando te comprabas la peonza tenías cortarle el pirulo del culo porque si alguien te descubría con ella sin "capar" tenía derecho a arrojarla a un tejado. Esta regla no escrita era respetada por todos, de tal modo que nunca había peleas por ello, si te sorprendían no tenías derecho a negarte. La forma más usual para quitárselo era colocar el pirulo en una puerta abierta por el lado de las bisagras y cerrarla de golpe. Después limabas las asperezas y ya tenías tu peonza lista para bailar.

peonza sin caperuzo, por lo tanto, perfectamente legal para jugar





Las canicas

Otra de mis frustraciones. Tengo la teoría de que todos estos juegos son inventados por absolutos fracasados en todos los aspectos de la vida menos en ellos, ya que los que destacaban siempre eran los más inútiles del barrio (o es que tal vez eran los que más horas dedicaban a su práctica, que también podía ser)


La variante más extendida era la del gua, que no dejaba de ser un agujero en el suelo (dependiendo del tamaño se incrementaba o disminuía la dificultad, llegando a haber guas tan pequeños que sólo cabían un par de bolas) en el que había que intentar colar la canica. El primero en llegar, tenia derecho a golpear las canicas ajenas, y como en la peonza, el objetivo principal siempre era partirlas.

Si alguien recuerda mejor su funcionamiento que me lo haga saber, la verdad es que nunca me gustó demasiado.



Churro, media manga, mangotero

Entramos de lleno en uno de mis juegos preferidos y uno de los que mejor se me daba.


El funcionamiento era sencillo, uno de los miembros del equipo se ponía de espaldas contra la pared con las manos enlazadas a la altura del vientre para que otro pusiera la cabeza sobre ellas, agachado y con las piernas abiertas. El siguiente metía la cabeza entre las piernas del que estaba agachado y así sucesivamente hasta conseguir formar algo parecido a un gusano. Cuando estaban todos colocados, los del otro equipo tenían que saltar sobre ellos con el único objetivo de caber todos sin que nadie se cayera. Era vital elegir correctamente el orden de los saltadores, ya que si alguien saltaba poco podía ejercer de tapón para el resto, pero si los buenos saltadores lo hacían al principio y se dejaba a los torpes para el final, podía ocurrir que el gusano estuviera lleno y éstos no ser capaces de saltar sobre sus propios compañeros. Era por eso que normalmente se estilaba dejar a los que más saltaban para el final y que así pudieran pasar por encima del resto. Si se conseguía estar todos sobre el equipo contrario se lanzaba la pregunta que resume la existencialidad humana:

¡Churro media manga mangotero, adivina lo que tengo en el puchero de mi abuelo!

Esto no era más que ofrecer la posibilidad al equipo que estaba abajo de ser ellos los que saltaran en la siguiente ocasión. Para acertar la pregunta tenían que averiguar en que parte del cuerpo tenía la mano el que la hacía: churro, muñeca; media manga, codo y mangotero, hombro.



Fútbol (o en el parque pequeño de mi calle, de banco a barandilla)

Un clásico de mi barrio hasta que arrancaron la barandilla. Era un parque de extrañas dimensiones y dudosa oficialidad para practicar el fútbol. Entre ambas porterías había un tobogán, un árbol y una farola y se tenía que intentar practicar el "patadas al balón" esquivando esas dificultades. Lo positivo era que las porterías eran prácticamente iguales, una la parte inferior de un banco y la otra la de una barandilla.

Estos juegos son los más destacados de los que recuerdo, porque también estaba el bote, polis y ladrones, pi, seguir al rey (juego absurdo y delirante pero excesivamente entretenido además de más largo que un día sin pan) deli (gran juego parecido al baseball) y muchos otros que ahora se me han olvidado pero que dentro de un rato o unos días seguro que vienen a mi memoria.

Ahora, entre quince y veinte años después el parque pequeño es un jardín, los niños han cambiado las peonzas por playstation portátiles y, si antes jugábamos al churro media manga mangotero y al twister para meternos mano, ahora se meten mano sin buscar excusas.

No seré yo quien diga que antes eramos más tal, y que ahora son más pascual. Las distintas generaciones son y siempre serán diferentes, cada uno se hace a lo que tiene, pero lo que sí que sé es que los niños de ahora parecen medio imbéciles.

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