JUGADORES DE BANDA
Hablemos de fútbol (sí amigo o amiga, si acudías aquí para culturizarte te equivocas de día, son los viernes cuando vienen a la hamburguesería Matamoros y Enrique del Pozo a debatir) el deporte más bello que existe a excepción del voley playa femenino

pero éste apenas lo dan por la tele.
El hermoso deporte del once contra once está plagado de deportistas encefalograma planiformes, cuyas únicas palabras que parecen conocer son: Bueno sí, ¿no?; el fútbol es así; aveces se gana otras se pierde; la culpa ha sido del arbitro; y grandes frases que pasarán a la historia por su peso en sabiduría. Pero aveces, sólo aveces sale alguno que, como la canción que versionaba Lokillo, no sigue al abanderado. ¿Que ocurre entonces? Ahí están los periodistas, sabios a la par que crueles, que con tal de dejar mal al jugador del equipo rival de la ciudad en la que trabajan, se echan sobre él y, gracias a su inteligencia sobrehumana y, porque no decirlo, el escaparate que supone un gran diario o radio deportiva, lo intentan hundir descaradamente.
Un ejemplo claro es el de Oleguer, uno de los pocos futbolistas que no responden centro cuando se les pregunta por política. Oleguer, tristemente famoso por su posible “no” en respuesta a una hipotética convocatoria futura con la selección española, está siendo juzgado por una cosa que no ha ocurrido, y que de hacerlo, no supondría un delito, creo. Después, ejerciendo el noble arte de escribir, con mayor o menor fortuna, edita un libro (políticamente incorrecto) y se le vuelve a juzgar por algunas frases soltadas en él (“El día que Carrero Blanco batió el record del mundo de salto de altura...” en referencia al atentado que sufrió, y otras perlas por el estilo). Y yo os digo periodistas (deportivos): ¿No os habéis dedicado toda la vida a juzgar a los futbolistas sólo por lo que hacían en el campo? Pues continuad haciéndolo y que sean los analistas políticos, críticos literarios e historiadores los que critiquen la obra de este señor. Ojo, que quede claro que desde aquí no estoy defendiendo su forma de pensar, no soy ni nacionalista ni estoy de acuerdo con muchas cosas de su forma de pensar, pero me choca que una persona pública, por el hecho de ser del gremio de los cazurros y chusqueros, no pueda expresar su forma de ser.
Al otro lado de la balanza esta Salva Ballesta. Con éste comparto menos cosas aun (de hecho nada) que con Oleguer, pero también tiene su merito que exprese su manera de pensar. Por si no os leéis la entrevista que os he enlazado, preguntándole en que orden de importancia sitúa una serie de conceptos, su respuesta fue: Dios, Familia, Patria, Ejército y Fútbol. Ya sé que habrá quien piense no tiene nada de raro, pero me choca que alguien ponga a dios por encima de su familia. La frase con la que concluye tampoco tiene desperdicio. “¡A ESPAÑA SERVIR HASTA MORIR!” Supongo que si Salva jugara en el Barça o en el Madrid, sus declaraciones tendrían más repercusión, pero choca que él, siendo un facha que dice que le gustaría conocer a Tejero, pase totalmente desapercibido y en cambio Oleguer no.
Hasta aquí la primera parte de mi post, en breve la segunda, en la que indago más en la labor de los periodistas deportivos y su forma de tergiversar la realidad.



Ellos trabajan en la UAT de Los Angeles, que es el centro de inteligencia antiterrorista, y al inicio siempre reciben un aviso de ataque contra el país o la ciudad. Hasta ahí de acuerdo. Entonces comienza un frenético ir y venir de historias paralelas que ocurren exactamente en veinticuatro horas a tiempo real repartidas en los veinticuatro episodios, de algo menos de una hora, que dura la temporada. Aunque parezca que en un día no puedan pasar tantas cosas trascendentes como para mantener la emoción en todos y cada uno de los capítulos, no lo es en absoluto, ya que los guionistas son capaces de crear las situaciones más emocionantes posibles con el único objetivo de mantener al espectador en su sofá lo que dura el capítulo (en nuestro caso tres, que eran los que programaban seguidos A3)
1. Matar a un preso, cortarle la cabeza y llevársela en una mochila a un malo para ganarse su confianza.
4. Presentarse voluntario para pilotar un avión con una bomba atómica en su interior a las afueras de Los Angeles y estrellarse con él, pues era la única manera de asegurarse que caería en el lugar indicado para que el daño fuera mínimo.












